17 oct 2014

ESTELAS









El aire húmedo que ha renunciado a la noche entre los pliegues de laderas inestables y sacrificado pistas frescas sobre finas hojas verdes, deja paso a la brisa de la mañana. La orilla se levanta vestida de oro, como recuperando el aliento entre mojones abruptos, mientras va retirando el velo de la niebla. La marea viene cargada de olas de revancha rebelando sueños oxidados y sirenas olvidadas.










El horizonte acaricia las rocas desnudas con la fuerza impetuosa de las penas del trasfondo del alma. Se asemejan a riberas de musgo tiznado gobernadas por Caronte, barquero de Hades que sobre las olas faena y arriba, impenetrable se mece con todo el enigma de sus aguas, espera convocando a la Doncella de simas y rocas. El aire invoca a esa doncella, cuyo nombre no es seguro pronunciar en voz alta, a sumergirse en el cristal de hipocampos de perdición y abrazar el abismo que clama.

 





 

 








































Entre los rizos hechizados y surcos neblinosos asciende el Rey sombrío de la morada invisible, dejando colgados un ronroneo incesante. Música de su cuerpo que recita por la tierra, ondas de paloma mensajera a la conquista de amada prometida. Hasta atisbar la ventana de la alcoba de Perséfone como una abierta herida. Faro de gritos del mundo que espera la luz batida en sangre, cueva carnal del sufrimiento.














Espuma de olas inundadas de misterios, señales de otros tiempos y distancias entre trazos de un libro. La vista se aparta para no perder la vida. El cuerpo voluptuoso se baña sin alma. Mientras se esconden mensajes entre la resaca al golpear el suelo con silencios. Hojas que gotean sangre con la que apaciguar al Soberano. Astillas rodando que no intentan engañarle, nos acercan cantando miles de leyendas que quedan entre las curvas de sus aguas. Losas que son estelas en penumbra y salitre. Palabras abandonadas al borde de un precipicio.










  

 


Caronte espera, sostiene la Alabastra rasgando sueños que pueblan las conchas hasta el fondo del mar, mientras olas aúllan desde el horizonte embriagado del líquido elemento. El Amor, hostigado en su piel, escapa sin pagar la ofrenda. Huye endulzado de existencia, eternamente como remero primaveral sobre la geografía de la Luz, pues mientras reme, Aqueronte lejano queda.


 

 





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