El día del Corpus amanece en
el pueblo albaceteño de Elche de la Sierra con calles coloridas y embellecidas
por sus vecinos que han robado horas al sueño. El sol que se despereza
suavemente desciende entre las fachadas hasta iluminar unas impresionantes y
artísticas alfombras cuyo único material es el serrín.
Las virutas tintadas en
colores y tonos vivos, sirven para “pintar” las calles y plazas por las que
transcurrirá la procesión. Las peñas alfombristas han confeccionado con
anterioridad los moldes guías del boceto a realizar.
Así tras una larga siesta y
fugaz cena, salen armados los vecinos de sus propias manos, de tablas y moldes,
de cernidores de diferentes tamaños y formas, de depósitos de agua para ir
humedeciendo el serrín echado en el suelo, hacerlo más pesado y que no lo mueva
el viento. Por grupos se ocupan en los diferentes tramos de estas creaciones diversas de
arte tan efímero.
Al mediodía sale de la
iglesia la Procesión del Corpus. La Custodia va escoltada por “manolas” y los
niños que han hecho la Comunión ese año. Y… pasan por encima de todas las
alfombras. ¡Duele el verlas desaparecer! Pero el milagro de verlas se obrará al
año siguiente.
Arte donde la mano de Dios,
diseño desde el jardín de la
creación,
devoción sobre la fe, pasión y resurrección,
tradición hasta el adoquinado de
sus calles,
bajo el manto nocturno de las
lucernas del cielo,
bajo nubes de incienso y pétalos
de flores,
bajo zapatos de mística emoción
las virutas son versos de todo
un pueblo
que conjura limaduras de amor y
anhelos.
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